Vivencias en una residencia en tiempos del covid-19

 Seguramente estéis hartos de escuchar cifras en estos últimos tiempos, pero vendría bien recordar que el número de fallecidos que ha dejado el coronavirus en todas las residencias de España ha sido de más de 19.500 personas, han sido los mayores los más perjudicados en esta pandemia. La situación en algunas residencias ha sido una verdadera pesadilla, trabajo como educadora social en una de ellas y ha sido duro vivirlo desde dentro.


A mediados de marzo, antes del estado de alarma tuvimos el primer residente con síntomas, se aisló a esa persona mientras nosotras seguimos trabajando con total normalidad, sin imaginarnos lo que se nos venía encima. Cuando la situación de esa persona empeoró, fue trasladada al hospital y nos confirmaron que había dado positivo. Los únicos medios con los que contábamos en ese momento eran unas mascarillas higiénicas desechables que poco podían protegernos, con las que estuvimos trabajando algo más de una semana hasta que nos llegaron los EPI

A partir de ahí poco a poco empezaron a aparecer síntomas en varios de los residentes (a los que fuimos aislando) y en varias trabajadoras que fueron dándose de baja. Más adelante llegaron los EPI y se aisló a todos en las habitaciones, pero el virus ya estaba más que extendido.

Mientras la situación empeoraba, nosotras intentábamos que el aislamiento en las habitaciones fuera lo más llevadero posible, fue complicado tener que explicarles por qué no podían salir, sobre todo en casos con deterioro cognitivo. El aislamiento en estas personas es delicado, el cambio de rutina y la disminución del contacto social pueden alterar su estado de salud. Aun así intentamos hacerlo de la mejor manera posible para que no se sintieran solas.

El peor momento fue a primeros de abril cuando explota todo, teníamos bastantes residentes con síntomas y algunos graves, pero no atendían derivaciones a hospitales.  Fue un caos porque muchas compañeras auxiliares estaban de baja, la carga era tremenda, había menos manos y más trabajo, mi trabajo en esos momentos era prescindible así que pasé a hacer cualquier cosa que se necesitara en cada momento. Era bastante desesperante ir a trabajar y no saber con qué te ibas a encontrar ese día.
Pasado el pico de la pandemia, empezaron a atender derivaciones a los hospitales, para muchos ya era tarde porque habían fallecido en la residencia, y también era tarde para algunos de los que se llevaron porque no volvieron. Los que quedaron poco a poco fueron dando negativo hasta que pudieron salir de la habitación, aquí llegó otro de los momentos más difíciles teniéndoles que explicar qué había pasado con los compañeros que no estaban.
Después de esta experiencia te queda una sensación de impotencia, de rabia, de tristeza, y piensas que igual muchas de esas muertes se podían haber evitado, se dejó al colectivo más vulnerable sin atención hospitalaria durante el momento más difícil de la pandemia.

Este virus no sólo ha causado un montón de muertes que se podían haber evitado, nos ha quitado la venda de los ojos y ha dejado al descubierto todas las carencias que tiene el sistema sanitario, las consecuencias de los recortes y las privatizaciones que durante años han supuesto ausencia de medios y recursos, y que están detrás de la altísima mortalidad que hemos padecido en las residencias.

Espero que esta situación tan complicada que hemos tenido que vivir, sirva para despertar una mayor conciencia sobre la importancia de tener una sanidad pública, universal y de calidad.


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